Bárbara Leighton
“Sé que no hemos roto el más alto y duro techo de cristal al que nos enfrentamos, pero lo haremos, y espero que antes de lo que podemos pensar ahora mismo”. Son parte de las palabras que Hillary Clinton pronunció luego de haber perdido la elección presidencial de EE.UU. en 2016. Ella se refería a todas las mujeres que, preparadas y con destacables trayectorias, no han podido alcanzar los más altos cargos en política o en su carrera profesional.
Han pasado 6 años desde entonces y, a pesar de que ese mismo país tiene hoy por primera vez en su historia a una mujer en el cargo de vicepresidenta, las cosas no han cambiado demasiado.
Pero ¿cuáles son las razones detrás de esta problemática? Según los expertos, los factores son múltiples, muchos arraigados en temas culturales, pero, en lo laboral, el principal está relacionado con el diseño de las estructuras organizacionales y cómo se ha perpetuado en ellas el círculo vicioso de que quien tiene más oportunidades de desarrollo profesional es quien pone a la empresa o su carrera por sobre su vida familiar y personal. Y es ahí donde parte uno de nuestros mayores problemas, ya que existe una construcción cultural de que somos las mujeres las responsables de ejercer y liderar los roles relativos al cuidado del hogar y la familia, por lo que se asume, erróneamente, que nuestro rol laboral y desarrollo profesional inevitablemente quedan en segundo plano.
En el mundo legal la realidad no es distinta, incluso las diferencias se van exacerbando a medida que va avanzando la carrera. Si bien en el ingreso a las escuelas de Derecho podemos hablar de equidad de género -el porcentaje promedio es de 50% mujeres y 50% hombres- el problema comienza a visibilizarse una vez que los abogados ya titulados, se enfrentan por primera vez al campo laboral real. Es un hecho que las firmas de abogados contratan más hombres que mujeres y que sus directorios están lejos de ser paritarios. Incluso es posible constatar que muchos ni siquiera cuentan con socias como integrantes.
Lamentablemente, en las empresas las cosas no son tan diferentes y la mayoría de los abogados a cargo de sus áreas legales siguen siendo hombres. Un ejemplo de ello es que en el último ranking GC Powerlist Chile, de 2019, de 100 abogados destacados, sólo 25 eran mujeres. Por su parte, la realidad de la Corte Suprema no dista mucho de esto tampoco. En el caso de Chile, las mujeres alcanzan sólo el 30% de la dotación total.
Mucho se habla de que las oportunidades existen, pero que hemos sido nosotras las que hemos decidido privilegiar la maternidad u otros aspectos personales de nuestra vida, sin querer reconocer que el problema está en que no existe igualdad en la cancha cuando estas oportunidades se presentan. Las mujeres llevamos sobre nuestros hombros la carga de ser quienes desarrollan, en su mayoría, los roles de cuidado en nuestros entornos y se nos exige socialmente que esa sea nuestra prioridad, obligándosenos a poner nuestro trabajo y desarrollo profesional en segundo plano. “Las mujeres habrán alcanzado la verdadera igualdad cuando los hombres compartan con ellas la responsabilidad de la crianza de la siguiente generación» dijo hace años atrás la gran Ruth Bader Ginsburg, emblemática jueza de la Corte Suprema norteamericana, y hoy su declaración sigue más vigente que nunca.
Si bien todo lo anterior parece bastante desesperanzador, es importante destacar que sí existen organizaciones que han tomado la equidad de género y la promoción de las mujeres como un objetivo principal de su cultura, desarrollando políticas internas que permitan construir ambientes de trabajo y desarrollo laboral equitativos.
Naciones Unidas, a través de su Objetivo de Desarrollo Sostenible que busca “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas” declara que esta igualdad, “no solo es un derecho humano fundamental, sino que es uno de los fundamentos esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible”. Desde su promulgación en 2015, organizaciones tanto públicas como privadas han adherido a su cumplimiento, porque, afortunadamente, cada día aumenta la convicción de que no es justo ni razonable que las mujeres abandonemos nuestros planes personales para desarrollarnos laboralmente al mismo nivel que los hombres.
Unilever desde hace ya varios años tomó con fuerza la bandera de la equidad de género, logrando que el 53% de su plana directiva en Chile hoy sea femenina. La compañía ha sido capaz de instalar, como parte de su estrategia de negocio, una cultura que no discrimina género a la hora de contratar ni remunerar, ni promover a sus empleados. En particular, destaco el área legal a la que pertenezco, donde el cargo de CLO a nivel global llevaba más de 7 años siendo ocupado por una mujer, Ritva Sotama, quien recientemente dejó la compañía. La buena noticia es que con la llegada de Maria Varsellona en su reemplazo, el liderazgo del área sigue en manos femeninas. Por su parte, en Latinoamérica no nos quedamos atrás ya que más del 80% de los cargos en el área legal son ocupados por mujeres. Y aún mejor: en el caso de Chile, el 100%.
El techo de cristal sigue siendo grueso y como he escuchado varias veces por ahí, en varios lugares aún se nos pide que trabajemos como si no tuviéramos hijos y que criemos como si no trabajáramos. Como sociedad debemos ser capaces de romper estos estereotipos y las organizaciones, de manera transversal, deben liderar el cambio. No basta con las ganas ni las buenas intenciones, es urgente la implementación de políticas internas concretas que no sólo entreguen más oportunidades, sino que emparejen la cancha. Los principios de la equidad, la coparentalidad y corresponsabilidad deben impregnar todas las esferas de nuestra sociedad, incluyendo nuestros lugares de trabajo. Los roles de madre y padre deben ser equivalentes en derechos y obligaciones, esto naturalmente llevará a que se creen los espacios para el desarrollo profesional de las mujeres y liberará a los hombres de la carga de ser “proveedor”, permitiendo que todos podamos desarrollas nuestras mejores versiones, sin tener que sacrificar nuestras preferencias personales por las laborales.
Necesitamos que las organizaciones, públicas y privadas, no solo se comprometan con estos principios, sino que actúen desde la más profunda convicción de que el cambio sí es posible. Citando nuevamente a Ruth Bader Ginsburg, “las mujeres pertenecen a todos los lugares donde se toman decisiones. No debería ser que las mujeres sean la excepción”. Porque capacidades y ganas… tenemos de sobra, sólo nos falta la oportunidad de demostrarlo.